miércoles, 6 de junio de 2007

mitos a calzón quitado

de símbolos mudos y labios que callan...




Chicas poderosas: Baubo y otras diosas sin bombacha

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Concha, conchita, zorra, cotorra o almeja del lado soez; vagina, del lado de la falsa corrección anatómica; lo cierto es que para la vulva no hay palabra que quede cómoda y por tanto ella, que tiene labios mayores y menores, se queda muda.


Hay un refrán catalán: “La mar es posa bona si veu el cony d’una dona” (El mar aquieta las olas si ve el coño de una señora) y cuentan también que las mujeres solían exhibir ante el mar sus genitales cuando los maridos estaban por embarcar. Traía suerte.

Las investigaciones antropológicas sobre las antiguas deidades que personificaban a la vulva, de las que apenas quedan hoy una o dos imágenes y pocas referencias, dan cuenta de que la exhibición y por ende la visibilidad de estas partes tenía gran influencia en los asuntos cotidianos.

En Madras, sur de la India, las mujeres detenían las tormentas abriendo las piernas y en la Polinesia asustaban a los dioses y espantaban a los demonios. De hecho hay registros de que uno de los ritos de los exorcismos consistía en sentar sobre el poseído una mujer con las piernas abiertas.

Ya en Occidente tanto Plutarco como Plinio dan cuenta de la importancia de esta parte femenina en varios episodios. Plutarco cuenta en El valor de las mujeres el episodio en que luego de una cruenta batalla, los persas regresan a sus casas vencidos y descorazonados. Pero en la retirada se enfrentan con sus propias mujeres que reunidas y en silencio exhiben sus genitales a sus maridos. Plutarco cuenta que los hombres regresan a la batalla y vuelven con la victoria.

La diosa griega Baubo tiene sus correlatos en otras deidades de la mitología hindú, egipcia, persa, japonesa.

Es la diosa que “personifica” la vulva: impúdica y jocosa, siempre dispuesta a abrir las piernas, es la que hizo reír a la pobre Demeter cuando llora desconsolada y con ella se marchita el mundo entero, porque Hades (el dios del inframundo, lo subterráneo) le ha raptado a su virginal hija, Perséfone.

Baubo hace lo que sabe hacer: se desnuda, le muestra lo que tiene entre las piernas, sorpresa, estigma del placer y de la fertilidad.

La ve bailar, ridícula y feliz y es entonces que Demeter ríe y la tierra no muere.
(Perséfone: Hija de Zeus y Deméter. Diosa de los Infiernos. Fue raptada por su tío Hades para hacerla su esposa.
Deméter furiosa lanzó una maldición sobre la tierra, impidiendo que nada naciese de ella, hasta que no apareciese Persefone.
Del Hades o infierno no se podía regresar si se había probado la comida de los muertos.
Como Perséfone cedió a la tentación de probar un grano de una granada, ya no podía regresar.
Tanto fue el descontento de Demeter, que para aplacarla, Zeus decidió que Perséfone pasase medio año en el Hades y la otra mitad en el mundo de los vivos).

El episodio y el nombre de la diosa exhibicionista ha sido borrado o por lo pronto minimizado en el afán monoteísta y púdico.
Ridícula y feliz, íntima y difícil de pronunciar, toda deidad, habrá que reconocer alguna vez que siempre encuentra la manera de llegar hasta el presente.

La palabra sigue estando “aquí”.

“Mientras queden mujeres en el mundo a las que se les mutile los labios de la vulva o se les extirpe el clítoris, no me digan que el feminismo es un movimiento superado”, declaró Susan Sontag hace pocos años.
(ver la película Moolaadé -Protección, Burkina Faso, Francia, Marruecos, Senegal, Túnez, 2004. Escrita y dirigida por Ousmane Sembené)

Y si bien es cierto que por estos lares no hay registros de tales aberraciones, la palabra esquiva constituye también una forma de mutilación que llevan a cabo los hombres y las mujeres, iguales y hermanados por el mismo uso del idioma.

Mientras tanto, es cierto que bajo este espeso silencio, desde el latín antiguo llega una palabra que consigue sobrevivir a los desdenes, y mantenerse intacta, idéntica —tal vez por su escaso uso— en una importante cantidad de lenguas. Porque curiosamente, en inglés, italiano, español, portugués, alemán, y apenas por una letra también en francés, vulva se dice —o se calla— con la misma palabra: vulva.

Hace pocos años el asunto de buscar la palabra no era un problema.

La tradición que madres a hijas transmitían sobre el propio cuerpo, estaba signada por la elipsis.

El problema se presenta ahora cuando madres y padres se disponen a dotar de herramientas a las nuevas generaciones para hacerles más coherente el tránsito por una sexualidad no sexista, atenta y respetuosa de las diferencias, que se oponga con mismo énfasis a la irresponsabilidad y al dolor.


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