viernes, 25 de mayo de 2007

lastres y mochilas?


memorias concientes

relaciones creativas

evoluciones creadoras



Para la kábala este tipo de memoria positiva no es meramente genética o cosmológica -rasgos que entran dentro de lo comprensible por la vía del ADN o de las partículas subatómicas que aún laten en nuestras células-,
sino que apunta más allá, hacia una zona en la cual el observador participante se convierte en creador de sí mismo a la manera de la evocada por los alquimistas, que lava al sujeto de su escoria personal, es decir, biográfica, histórica, despojándolo de sus coordenadas de reconocimiento social para acabar arrojándolo a un océano de luz...

En un famoso libro llamado Materia y memoria, Henry Bergson expuso, a la manera de Einstein, el modo en que la información cristaliza o se fija momentáneamente en redes de átomos, para ser desactivada en un instante oportuno.

Si acaso la materia, la materia viva, se acuerda de lo que dice o transmite, en ese mismo momento lo cristalizado se torna fluido.

De tal forma que si la información es conciencia, cada modificación o acrecentamiento de conciencia cambia la información precedente y por ende su vehículo.

Bergson llamó a cada proceso “evolución creadora” mucho antes que se descubriera el código genético, con su doble hélice y, en ella, la función fosforilizadora del fosfato del ATP. La fotofosforilación cíclica, es decir, la síntesis del ATP a partir del ADP y del fosfato mineral, se mueve entre las cifras dos y tres, dualidad y trinidad, gracias a un péndulo de luz, de fósforo, que ilumina, a través de los plastos, el verde de las hojas, primeras conversoras de energía fotovoltaica en energía viva.

Para la Kábala, el secreto de la memoria es la luz.

Simultáneamente, recordar tiene por finalidad hacer que el Sujeto emerja de un pozo para después de atravesar toda clase de fotismos coloreados alcanzar la trascendencia.
Allí, tras el ejercicio correcto de la memoria, la conciencia se abre como una flor, proyectando su luz auroral en torno a la cabeza del iniciado, exactamente como dicen los budistas tántricos que ocurre cuando el loto de los mil pétalos o sahasrara, que lleva inscrito los cincuenta caracteres del alfabeto sánscrito, muestra toda su blancura una vez lograda la realización, una vez puestos en contacto al fin humano con el origen divino.

(pero silencio, blanco, altura, cielo, sólo son sinónimos superficiales para nombrar una experiencia profunda).

Contrariamente a la tradición clásica grecolatina, que veía en la memoria un auxilio para la oratoria, tal y como lo narra Cicerón, sufíes y kabalistas la consideran una vía interior, jamás un lujo social ni un instrumento de brillo público.

Si la memoria clásica, renacentista y en definitiva europea busca en arquitecturas y decorados lugares, locis determinados para sus puntos de apoyo, y aprecia -en la capacidad de recordar- la facultad evocadora del pasado, kabalistas y sufíes se empeñan por su parte en trascender las formas, que consideran velos o cortinas a descorrer con tal de tener acceso a una unidad indiferenciada, metahumana.

Así las relaciones de contiguidad objetal, aquello que en inglés llamaríamos background y que caracterizan todo el arte de la memoria occidental, tienen para el místico judío o islámico, como para el castellano del Siglo de Oro, relativa importancia.

El está interesado, sobre todo, en las relaciones de homología, en los lazos invisibles y, por lo tanto, difíciles de percibir por la memoria común.

… Aquí es donde aparece la lógica, el secreto, el misterio de la complejidad y el sentido profundo del término : el se autoproduce sin cesar porque constantemente se está autodestruyendo para volver al origen.


El Hombre Perfecto no siente su peso.
De igual modo, podríamos decir que la memoria que se acuerda vuelve al sitio del cual nunca ha salido.

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